Según la Real Academia Española (2025), el narcotráfico es el comercio ilegal, y en grandes cantidades, de drogas o narcóticos. Sin embargo, esta definición, aunque precisa, resulta insuficiente para describir la complejidad de un fenómeno global que trasciende fronteras y que involucra la producción, compraventa y distribución de sustancias ilícitas.
El narcotráfico se ha desarrollado de la mano del comercio y la interconexión mundial (Saldaña, 2024), con otras palabras, la evolución del narcotráfico está estrechamente vinculada con la globalización, la cual ha potenciado las redes logísticas, tecnológicas y financieras que permiten su expansión. Por tanto, más que un delito aislado, el narcotráfico debe entenderse como un sistema transnacional de poder que se nutre de la globalización misma.
El narcotráfico como sistema de poder transnacional
Luna Galván, et. al. (2021) describen el narcotráfico como un fenómeno transnacional profundamente complejo debido a la globalización. Dicho fenómeno involucra y conecta las redes de producción, logística, financiamiento y consumo a escala mundial, todo gracias a la interdependencia económica, las TI y rutas logísticas mundiales establecidas. Los autores describen el narcotráfico desde una perspectiva multidimensional, incluyendo siete ámbitos interrelacionados que sostienen dicha actividad: el económico (lavado y diversificación de inversiones), el institucional (corrupción y captura de instituciones), el organizacional (redes criminales organizadas y logística avanzada), el social (presencia en territorios con vacíos de Estados y legitimación comunitaria), el tecnológico (uso de criptomercados, cifrado e innovaciones), el geopolítico (adaptabilidad de rutas y resiliencia ante políticas estatales) y el cultural (narrativas y subculturas que normalizan las prácticas ilícitas) (Luna Galván, Thanh Luong, & Astolfi, 2021).
Estas dimensiones conforman un entramado de relaciones donde los grupos criminales no sólo controlan el flujo de drogas, sino que también influyen en las estructuras económicas y políticas. Como advierta la Interpol (s.f.), esta red global erosiona y mina la estabilidad política y económica de los países involucrados, además de fomentar la corrupción y generar efectos sociales y de salud irreversibles. Por si fuera poco, el narcotráfico se entrelaza con otros delitos, como el lavado de dinero, la corrupción, la trata de personas o el tráfico de armas, conformando así un ecosistema criminal globalizado, un problema global y una preocupación de seguridad nacional para las naciones.
Orígenes y contexto histórico
Aunque existen registros del uso de drogas enteogénicas con fines rituales o medicinales en culturas mesoamericanas – olmecas, zapotecas, mayas y aztecas (Carod Artal, 2011), así como en Perú (Bussmann & Douglas, 2006) y la Amazonia o actualmente aún entre la cultura wixárika, en México (Haro Luna, 2023)) – o un consumo generalizado y variado de drogas entre los antiguos griegos y romanos – incluyendo mandrágora, estramonio, belladona, cannabis, opio, entre otras (Peréz González, 2024). Sin embargo, el narcotráfico moderno podría encontrar su punto de partida en la primera guerra del Opio (1839-1842) entre el Imperio chino (Dinastía Qing) y el Imperio británico, marcando así el primer conflicto internacional vinculado al comercio de drogas.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, varias drogas, como la heroína, la cocaína, la cannabis o las anfetaminas, hacían su presentación en el área farmacéutica, siendo usadas en medicamentos o en remedios terapéuticos. (López-Muñoz & Álamo González, 2020). Justamente, este periodo es considerado como la revolución farmacéutica, debido al surgimiento de investigadores, centros de investigación y descubrimientos en el área. Incluso en esa época la palabra “droga” comenzó a asociarse con “adicción”. La revolución farmacéutica tuvo su epicentro en Alemania, sin embargo, fueron los británicos y estadounidenses quienes impulsaron su expansión (Luna-Fabritius, 2015), y quienes contribuyeron a la normalización del consumo de sustancias psicoactivas.
Los conflictos bélicos – desde la Guerra Civil de Estados Unidos (1861-1865) hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918), – desempeñaron un papel clave en la difusión y uso militar de sustancias psicoactivas. Por ejemplo, las drogas estimulantes como el alcohol, cocaína, anfetaminas y metanfetaminas se utilizaron para combatir el sueño, reducir la fatiga, aumentar la energía y reforzar el coraje, mientras que depresores como el opio, la morfina o la marihuana se utilizaban para reducir el estrés en combate y mitigar los traumas de la guerra. (Marco, 2019) La dependencia generada, ocasionó un proceso de expansión hacia la población civil, que entró en un periodo de experimentación masivo, llevando muchas veces al abuso de sustancias y dependencia química (Courtwright, 2001). En respuesta, surgieron las primeras leyes restrictivas, especialmente en Estados Unidos (López-Muñoz & Álamo González, 2020).
Sin embargo, la alta demanda de ciertas sustancias, como el opio, dio origen a la búsqueda de mercados capaces de satisfacer dicha demanda, y fue así como México – con influencia de la inmigración china que introdujo el hábito de fumar opio en el país – para 1940 se consolidó como el epicentro de la producción de amapola y procesamiento de opio, en la región conocida como el Triángulo Dorado – Sinaloa, Durango y Chihuahua – convirtiéndose en el principal abastecedor de los mercados de drogas de Estados Unidos y otras partes del continente, llegando incluso a suplir hasta el 90% de la demanda en periodos de escasez. (Sosa, 2025)
Incluso durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) – cuando se interrumpió el suministro tradicional de heroína y morfina en Europa – México se afianzó en el comercio ilícito al proporcionar opio para fumar y morfina o heroína procesada. Estos sucesos, al tiempo que se implementaba una regulación de opiáceos en México fortaleció y dio una estructura al narcotráfico mexicano, el cual se ha mantenido durante más de 60 años. (Sosa, 2025) El fin de la Segunda Guerra Mundial trajo restricciones y regulaciones más severas, pero eso no impidió que movimientos sociales-culturales como el movimiento hippie (década de 1960) adoptara el consumo de marihuana, hachís, LSD u hongos alucinógenos (Kiss, 2025) sin repercusiones severas.
Ese mismo movimiento hippie – que promovía el pacifismo y estaba en contra de la Guerra de Vietnam (1955 – 1975) –, de alguna u otra forma promovía el consumo de estupefacientes entre los jóvenes, más la demanda de sustancias de los retornados de la guerra provocó una internacionalización de los mercados de drogas, incentivando, por ejemplo, el tráfico de heroína desde el sureste asiático (Laos, Myanmar y Tailandia) (Saldaña, 2024). La dependencia era tal, que se consideró una emergencia de salud pública en Estados Unidos. Richard Nixon declaró el 18 de junio de 1971 la “guerra contra las drogas” a nivel internacional, calificando al narcotráfico como el “enemigo público número uno” (Plant & Singer, 2022). La estrategia de Nixon era combinar la intervención internacional, al tiempo que aumentaba el gasto en tratamiento y mayor endurecimiento de medidas contra el tráfico y consumo de drogas (Encyclopedia.com, s.f.) y la creación de la DEA (‘Drug Enforcement Administration’) en 1973.
La guerra contra las drogas, aunque declarada “formalmente” en 1971, tuvo como antecedente en 1969 la fracasada Operación Intercepción, cuyo objetivo fue combatir el tráfico de marihuana a través de la frontera sur de Estados Unidos (M. Brecher, 1972). Como parte de la intervención internacional, Nixon llevó a cabo diversas operaciones como la Operación Cóndor junto a México (1975 y 1978), la Operación Stopgap en Florida (1977) o la Operación Fulminante llevada a cabo por el presidente Julio César Turbay en Colombia (1979), la mayoría tenía como fin combatir el tráfico de marihuana. Los resultados fueron diversos, pero las consecuencias fueron importantes, ya que los narcotraficantes resistieron y se adaptaron, dando paso a una generación más activa, violenta y una consolidación como tal.
La consolidación del narcotráfico moderno
Durante las décadas de 1980 y 1990, el narcotráfico se transformó en una industria altamente organizada. Figuras como Felix Gallardo [1], Amado Carrillo Fuentes [2], Pablo Escobar [3], Carlos Lehder [4], Griselda Blanco [5], Rafael Caro Quintero [6] y más tarde Joaquín Guzmán Loera [7], entre otros. (Wikipedia, 2025) simbolizaron el creciente poder de los cárteles en Colombia y México. En esta época, las organizaciones criminales se afianzaron y las ganancias del narcotráfico catalizaron la violencia y la corrupción. Además, la lucha por el poder – no sólo en México, Colombia, Perú o Estados Unidos, sino que también en otras regiones de Latinoamérica – y la competencia por el mercado dieron paso a la sofisticación y a la construcción de infraestructura y redes de distribución. La frase celebre de Pablo Escobar, “plata o plomo”, refleja el poder e influencia que los narcotraficantes tenían, incluso ante el mismo gobierno o autoridades.
Colombia, con los Cárteles de Cali y de Medellín, dominaba la producción y exportación de cocaína mediante una triangulación entre México o el Caribe con destino final siendo Estados Unidos, en donde la administración de Reagan (1981-1989) intensificaba la guerra contra el narcotráfico y enfatizaba en la represión criminal más que en la salud pública.
Tras la fragmentación de Cártel de Guadalajara en los 80s, el surgimiento de nuevos cárteles mexicanos – Cártel de Sinaloa, Cártel del Golfo, Cártel de Tijuana y Cártel de Juárez – y la caída de los cárteles colombianos de Cali y Medellín a mediados de los 90s, catapultó a los cárteles mexicanos como los nuevos actores del narcotráfico al tomar el control de las rutas y la diversificación de sus operaciones, consolidando así su papel en el mercado global.
Más tarde, los atentados del 11 de septiembre de 2001 alteraron la política de seguridad estadounidense, afectando el tránsito fronterizo, incrementando la seguridad y las revisiones la frontera sur con México (Rudolph, 2023) – una de las principales vías de distribución de droga hacia Estados Unidos. Y aunque hay estudios que mencionan que la política de seguridad estadounidense en los puertos de entrada terrestre y su impacto pre y post el 9/11 tuvo efectos marginales (Ramírez Partida, 2014) la verdad es que, terminaron afectando a México.
México paso de ser un país productor, distribuidor y de paso de drogas, a un país consumidor, en 2002 se reportaban más de 260 mil personas que consumían cocaína, mientras que en la actualidad se superan los 1.7 millones de adictos de acuerdo con cifras de la SSP federal (Alzaga, 2010). Así mismo la ENCODAT 2016-2017 muestra que el porcentaje de adolescentes que habían consumido alguna droga en México entre 2001 y 2016 incrementó de 1.6% a 6.4%. (REDIM, 2025)
Al interrumpir una de las principales vías de distribución de droga hacia Estados Unidos, la situación generó que la droga se redistribuyera y vendiera en territorio mexicano. Esta situación, unida a las condiciones sociales y económicas del país, facilitó el reclutamiento de jóvenes por parte del crimen organizado (Becerra-Acosta, 2010) para la distribución de droga en el país.
México y la guerra contemporánea contra el narcotráfico
La escalada de violencia ocasionada por la lucha de poder de los cárteles mexicanos fue tan crítica que el presidente Felipe Calderón (2006-2012) declaró el 10 de diciembre de 2006 una guerra abierta contra el crimen organizado (Herrera Beltrán, 2006). Su estrategia implicaba el despliegue de las fuerzas armadas en territorio mexicano, además de obtener ayuda financiera, entrenamiento e inteligencia (Iniciativa Mérida) por parte de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado en México y Centroamérica (Embajada de los Estados Unidos en México, 2011). Su sucesor, Enrique Peña Nieto (2012-2018), cambió el enfoque hacia la prevención y la protección civil, aunque continuó con la militarización y la transformación de las instituciones policiales. (BBC News, 2012).
Las estrategias de Calderón y Peña Nieto – generalmente englobadas –, aunque cuestionadas y criticadas (Morales Oyarvide, 2011) lograron aprehensiones importantes – entre ellas “La Barbie”, “La Tuta”, “El Menchito”, “El Chapo”, “El Marro”, y “El Ratón” –. Además, de abatir a figuras como Arturo Beltrán Leyva, Ignacio Coronel Villarreal, Antonio Cárdenas Guillén, Heriberto Lazcano Lazcano y Nazario Moreno González.
Posteriormente, durante la presidencia de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024) se cambiaría nuevamente la estrategia hacia una actitud de “abrazos, no balazos”, dando claros indicios de una pasividad que permitió la expansión de los cárteles. (Fernández-Montesino, 2025). Su sucesora, Claudia Sheinbaum (2024-2030), por otro lado, ha navegado entre presiones internas y externas (Estados Unidos) buscando equilibrar inteligencia, coordinación y atención a las causas estructurales (Pardo, 2024) aunque también se observa una militarización, manteniendo una estrategia híbrida.
Evolución y diversificación del crimen organizado
El fenómeno de adaptación, evolución y diversificación de nuevos mercados ilícitos no es tema aislado, expertos como Farah & Zeballos (2025) describen este fenómeno en Olas de Crimen Transnacional (COT). La primer ola representada por Pablo Escobar y el Cártel de Medellín, siendo pioneros en el movimiento de toneladas de cocaína hacia el mercado estadounidense a través de rutas del Caribe. La segunda ola está representada por el Cártel de Cali, quienes perfeccionaron el esquema y ampliaron las rutas a través de Centroamérica y México (un producto, cocaína, hacia un mercado, EE. UU.).
La tercer ola se caracteriza por la criminalización de las estructuras criminales, la utilización de grupos armados – como las FARC, en Colombia –, y el uso de la producción y tráfico ilícito como instrumentos de política estatal con claros efectos en el funcionamiento de la política pública. Aquí, se habla de una diversificación de productos, con un mercado principal (EE. UU.) y una expansión hacia Europa. (Farah & Zeballos, 2025) Finalmente, la cuarta ola – etapa actual – se caracteriza por una diversificación total, un impulso hacia las drogas sintéticas y una expansión mundial, con grupos extrarregionales (mafias italianas, turcas, albanesas, japonesas) y en donde las operaciones operan “bajo protección” de los gobiernos.
Esta cuarta ola deja claros ejemplos de la colusión de los grupos criminales y narcotraficantes en esferas políticas, cosa que no es nueva. Sin embargo, la detención de Genaro García Luna – secretario de Seguridad Pública en el gobierno de Calderón – o la vinculación de políticos mexicanos de “alto” perfil político con el lavado de dinero o el tráfico de combustible (Unidad de Investigación Aplicada de MCCI, 2025), e incluso afirmaciones de Trump sobre el hecho de que “México está gobernado en gran medida por cárteles” (DW, 2025) retratan una realidad en que el narcotráfico y las organizaciones criminales ya no son únicamente productores y distribuidores de sustancias, sino que actualmente tienen un poder y la capacidad de instaurar lógicas de gobernanza paralelas, ejercer control territorial, penetrar instituciones y economías locales e incluso sustituir funciones propias del estado. (Farah & Zeballos, 2025).
Perspectivas y desafíos futuros
Actualmente el narcotráfico y el crimen organizado son amenazas estructurales. Es bien sabido y estudiado lo que el narcotráfico representa para la seguridad de la sociedad, así como para la salud, pero ahora también se ha vuelto una amenaza para la política, la democracia y el Estado de derecho. Con opiniones dividas, muchos analistas sostienen que la lucha contra el narcotráfico ha fracasado, además de ser costosa y, en muchos casos contraproducente (Thomson, 2016). Las estrategias punitivas han generado más violencia sin realmente, resolver las causas sociales del fenómeno (Morales Oyarvide, 2011).
En este contexto, se impone un cambio de paradigma: el narcotráfico no sólo debe abordarse desde la seguridad, sino también como un problema de salud pública y desarrollo social. El consumo de drogas es una constante histórica, y su erradicación absoluta resulta irreal. La clave radica en políticas de reducción de daños, cooperación internacional y desarrollo económico inclusivo.
Además, el crimen organizado muestra una resiliencia adaptativa, por lo que acabar con ellos no es sencillo, peor aún, cuando su capacidades operativas están tan diversificadas, tienen alianzas con otros grupos alrededor del mundo y la globalización y nuevas tecnologías les ayudan a reinventarse continuamente. Por otro lado, incluso las tensiones políticas y económicas entre Estados Unidos, México, Canadá y China se entrelazan hoy con el comercio de drogas sintéticas – fentanilo, específicamente –, revelando la magnitud geopolítica del problema (Pierson, 2024).
Conclusión
En síntesis, el narcotráfico ha dejado de ser una actividad marginal para convertirse en una estructura transnacional con capacidad de influir en la política, la economía y la sociedad. Su persistencia se explica no solo por la rentabilidad del negocio, sino también por la desigualdad social, la corrupción institucional y la demanda global sostenida.
La historia demuestra que la represión no ha erradicado el problema, sino que lo ha transformado. En la actualidad, resulta imprescindible repensar las políticas de drogas desde un enfoque integral que combine seguridad, salud pública, educación y cooperación internacional. Solo mediante un abordaje multidimensional será posible contener un fenómeno que, más que una economía ilícita, constituye una forma global de gobernanza paralela que desafía los cimientos mismos del Estado moderno.
