Introducción
La hegemonía es el principio central en las relaciones internacionales, el cual se ha conceptualizado a través de la fuerza militar, la influencia económica y el control ideológico. La teoría de la hegemonía cultural de Antonio Gramsci se basa en asumir el control, pero no necesariamente mediante la fuerza, mientras que teóricos realistas como John Mearsheimer destacan la relevancia del poder militar para garantizar la dominación global (Mearsheimer, 2001).
El siglo XXI, sin embargo, trajo consigo una era distinta de transformación y avances tecnológicos que trastocaron los esquemas existentes. Con la llegada de la inteligencia artificial (IA), la guerra cibernética y la tecnología espacial, las grandes potencias están pasando de soldados tradicionales a guerreros del ciberespacio. La IA y otras herramientas cibernéticas están alterando la ecuación estratégica entre las principales potencias, ofreciendo vías para que países como China y Rusia socaven la hegemonía estadounidense (Rooney et al., 2022).
La hegemonía en el pasado se fundamentaba en la superioridad militar, pero actualmente los académicos han descubierto que la hegemonía tecnológica está marcando el camino. Las Armas Letales Autónomas (LAWs, por sus siglas en inglés) y la IA han cautivado a los investigadores porque pueden transformar la guerra. El ciberespacio se ha convertido en el nuevo campo de batalla del poder.
Estados Unidos y China compiten por la hegemonía cibernética (Akdaǧ, 2025). El espacio es considerado cada vez más un nuevo frente en la geopolítica. La Fuerza Espacial de EE. UU. y el sistema BeiDou de China ilustran cómo las naciones entrelazan vigilancia y comunicación en su toma de decisiones estratégicas (O’Hanlon, 2020).
Así, las nuevas tecnologías están redefiniendo la rivalidad entre China y Estados Unidos. Para contrarrestar esto, los países están invirtiendo en industrias tecnológicas, lo que cambiará la manera en que el ser humano piensa.
Este análisis explorará si las tecnologías emergentes pueden reemplazar de manera efectiva las herramientas tradicionales de hegemonía o no. El concepto de “poder inteligente” (‘smart power’) de Joseph Nye ofrece un marco crítico en esta era moderna, donde la influencia puede fluir desde las botas militares hasta los chips de silicio. Las potencias globales avanzan hacia modelos tecnológicos de influencia y disuasión que complementan el poder duro. Sin embargo, esta transición implica riesgos, como la sobredependencia y los dilemas éticos. El artículo sostiene que no está ocurriendo una transformación completa, sino que surgirá una hegemonía de doble vía, en la que lo militar y lo tecnológico se coordinarán para dominar.
Las implicaciones políticas de este cambio son profundas. Las potencias globales deben colaborar para redactar normas internacionales sobre IA y guerra cibernética; los países en desarrollo deben crear su propia tecnología en lugar de depender de las potencias globales — ya que esto facilitaría su vigilancia y dominio —, y las instituciones internacionales deben gobernar proactivamente el panorama tecno-político para evitar la desestabilización.
Este estudio utilizará un enfoque cualitativo y una metodología basada en casos que combinará perspectivas teóricas de filósofos. Este análisis es importante porque profundiza en la transformación de las dinámicas del poder global: del dominio militar a la hegemonía orientada a la tecnología. Utiliza fuentes secundarias como informes de políticas, reportes de ‘think tanks’ y libros. Finalmente, este análisis concluye que los soldados quizá nunca vuelvan a ser la primera línea de cada combate, pero la batalla por la supremacía global sigue dependiendo de decisiones humanas sobre tecnología, ética y gobernanza.
Hegemonía tradicional: fundamentos y limitaciones
La hegemonía es un concepto central en las relaciones internacionales, basada en la capacidad militar, la influencia económica y la influencia institucional. Históricamente, grandes civilizaciones como los imperios romano y británico alcanzaron la hegemonía dominando el poder naval, estableciendo alianzas y expandiendo sus territorios. En la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos construyó su dominio mediante bases militares en el extranjero y la disuasión nuclear.
Fundamentos históricos de la hegemonía tradicional
El Imperio Romano, un ejemplo clásico de hegemonía pasada, alcanzó este poder mediante la construcción de caminos, fuertes y legiones en las islas del mundo. Más tarde, el Imperio Británico mantuvo su dominio al modernizar la Marina Real y la red comercial global. La era posterior a la Segunda Guerra Mundial vio la hegemonía de Estados Unidos gracias a sus bases militares en el extranjero y sus alianzas de seguridad. John Mearsheimer, en su libro ‘The Tragedy of Great Power Politics’, señala que, según las grandes potencias, la hegemonía es la mejor forma de garantizar su seguridad (Mearsheimer, 2001).
Limitaciones de la hegemonía tradicional
La principal limitación del modelo hegemónico tradicional es el riesgo de sobreextensión: involucrarse en demasiados acuerdos en el extranjero que se vuelven económica y políticamente insostenibles. La “sobrecarga imperial”, un modelo propuesto por Paul Kennedy, explica el colapso de los imperios cuando no pueden mantener su economía debido a sus excesivas ambiciones globales (Kennedy, 1988).
Al mismo tiempo, podemos observar que, después de tantos años de las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak, Estados Unidos ha gastado billones de dólares. Aproximadamente se destinaron 3.68 billones de dólares a Irak y Afganistán (Costs of War | Brown University, 2025). Esto evidencia que el dominio militar puede ser costoso e insostenible. Mearsheimer, en una entrevista con The New York Times, afirmó que “Estados Unidos es responsable de causar la crisis de Ucrania”.
La falta de legitimidad y la resistencia local son otro gran defecto del patrón hegemónico tradicional. Por ejemplo, en Vietnam, los soldados usaron su conocimiento de la geografía para resistir las armas avanzadas de Estados Unidos. De manera similar, en Afganistán e Irak, las misiones lideradas por fuerzas extranjeras enfrentaron grandes dificultades ante los insurgentes locales.
Las nuevas herramientas de la hegemonía tecnológica
1. Poder cibernético
El poder cibernético se ha convertido rápidamente en un campo estratégico donde los Estados proyectan su influencia mucho más allá de las fronteras geográficas, a menudo sin necesidad de soldados. Las operaciones cibernéticas dominan en esta era digital, y el caso del hackeo a SolarWinds demuestra cómo los Estados pueden alcanzar influencia global mediante una brecha en la infraestructura de la Tecnología de la Información (TI).
En marzo de 2020, hackers rusos introdujeron una puerta trasera secreta en el software Orion de SolarWinds. Esto infectó alrededor de 18,000 usuarios, incluidos los principales departamentos del gobierno estadounidense (Cybersecurity, 2021). Los ciberataques pasaron desapercibidos durante varios meses, revelando vulnerabilidades en la red digital. Un analista lo describió como el peor ataque de ciberespionaje de la historia.
El ciberataque de Irán en 2019 a la infraestructura petrolera de Arabia Saudita muestra que adquirir superioridad digital puede ayudar a influir en normas, controlar infraestructuras críticas y establecer narrativas políticas globales sin necesidad de presencia militar extranjera. Para abordar esta vulnerabilidad, es esencial comprender la teoría de la disuasión cibernética, que aborda la capacidad, la atribución y la resolución. Los Estados deben avanzar en herramientas digitales, mejorar sus sistemas de rastreo y fortalecer la comunicación y la transparencia.
El arma más letal de hoy puede que no dispare proyectiles, sino paquetes. Esta metáfora ilustra que los actores estatales pueden debilitar la infraestructura nacional, los sistemas bancarios y electorales de sus adversarios sin recurrir a la guerra tradicional. El secretario de defensa de EE. UU., Lloyd J. Austin III, describió la disuasión integrada como una estrategia unificada que combina el ciberespacio con la tierra, el mar y el espacio (Masitoh, Perwita y Rudy, 2025). Los expertos en ciberseguridad afirman que el poder cibernético ya es un poder geopolítico, y que la guerra cibernética no es un frente secundario, sino una estrategia de primera línea.
2. Inteligencia Artificial (IA) y Big Data
La importancia estratégica de la IA para la seguridad nacional ha sido subrayada por líderes como Jason Matheny, CEO de la RAND Corporation, quien advierte que la IA podría facilitar la creación de armas y tecnologías peligrosas (Matheny, 2024). El informe 2023 de RAND sobre IA y geopolítica sostiene que la IA podría ser la próxima frontera en la rivalidad entre EE. UU. y China (Pavel et al., 2023).
Los modelos generativos como ChatGPT y Bard tienen aplicaciones estratégicas y humanitarias, pero también un enorme potencial para la desinformación: pueden hacer que las fake news parezcan hechos reales. Esta capacidad de la IA puede transformar la propaganda en una forma escalable de guerra digital.
Más allá de la vigilancia, la IA ha transformado las tácticas de las operaciones militares. Aplicaciones militares, como el enjambre de drones, el direccionamiento algorítmico y la inteligencia, vigilancia y reconocimiento predictivos (ISR, por sus siglas en inglés) crean escenarios donde la línea de combate se traslada de las zonas cinéticas a los centros de datos.
La diplomacia basada en IA se está convirtiendo en la nueva forma de ayuda exterior. Un artículo del Financial Times señala que los gigantes tecnológicos están implementando mecanismos de IA en África no solo para el desarrollo, sino también para obtener ventajas de influencia. Así, la IA y los macrodatos representan una nueva forma de hegemonía informacional.
3. Militarización del Espacio y Dominio Satelital
La militarización del espacio surgió durante la Guerra Fría. Estados como Estados Unidos, China, Rusia, India y Japón han desarrollado capacidades antisatélite (ASAT) (Samson y Cesari, 2025). El general John Jay Raymond, en el lanzamiento del Comando Espacial de EE. UU., declaró que “el espacio exterior ahora es reconocido como un dominio de operaciones militares” (Raymond, 2021). La prueba ASAT de China en 2007, que destruyó su propio satélite meteorológico Fengyun-1C, sigue siendo una espina en los ojos de las principales potencias. Rusia también ha lanzado misiones como Kosmos-2553.
La evolución del GPS al GNSS (Sistemas Globales de Navegación por Satélite) refleja un cambio estratégico. Estados Unidos cuenta con GPS, China con BeiDou, Elon Musk con su constelación satelital Starlink, y Europa con Galileo; cada sistema destaca la soberanía en el posicionamiento digital. La doctrina correspondiente de China establece en su Libro Blanco del Espacio de 2021 que los activos espaciales no son cruciales solo para el renacimiento nacional, sino también para la disuasión estratégica, sin desplegar soldados ni causar la muerte de sus militares (Consejo de Estado de la República Popular China, 2022).
4. Cables Submarinos y Control de la Infraestructura Digital
Los cables submarinos transportan más del 95% de la transmisión global de datos (Sherman, 2021). La interrupción o vigilancia de estos cables puede afectar el flujo mundial de datos y las comunicaciones diplomáticas. En países en desarrollo como Pakistán, Kenia y Ecuador, la infraestructura financiada por Huawei brinda servicios de ciudades inteligentes.
La ruta de los cables no es solo cableado bajo el mar: está influenciada por la encriptación. Estados Unidos y la Unión Europea cuentan con Amazon Web Services (AWS), Microsoft Azure y Google Cloud, plataformas con potencial de vigilancia. Las zonas de aterrizaje de cables (CLZ, por sus siglas en inglés) son los puntos críticos usados para manipulación; las políticas de interconexión en la nube permiten controlar el flujo de tráfico, y el software o firmware de vigilancia instalado en centros de datos puede ser controlado de forma remota, eludiendo las salvaguardas locales. Bloquear las conexiones puede ralentizar o interrumpir el apalancamiento económico extranjero. La infraestructura digital se ha convertido en un dominio de hegemonía con un potencial estratégico más insidioso.
El mapa de la Figura 1 expone las bases físicas del poder digital. Las naciones con más nodos de aterrizaje de cables, como Estados Unidos y China, ejercen una influencia asimétrica, no mediante soldados, sino a través del control de redes. La interrupción o vigilancia de estos cables puede paralizar economías o gobiernos. Los puntos críticos regionales también reflejan ventajas estratégicas en la geoeconomía y la diplomacia cibernética, haciendo que esta infraestructura sea tan trascendental como las bases militares tradicionales.

Figura 1: Este mapa muestra los fundamentos físicos del poder digital. Las naciones con más nodos de aterrizaje de cables, como Estados Unidos y China, ejercen una influencia asimétrica, no a través de soldados, sino mediante el control de redes.
La Huella Tecnológica de las Superpotencias
Estados Unidos
Silicon Valley es el corazón de la hegemonía tecnológica estadounidense, y algunas agencias gubernamentales, como la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés), contribuyen a mantenerlo. Las LAWs, los drones y los sistemas de apoyo a la toma de decisiones impulsados por inteligencia artificial de grado militar constituyen una fuerza híbrida tecno-militar.
Además, Estados Unidos controla pilares tecnológicos fundamentales como los sistemas operativos (Microsoft, Apple y Google dominan los dispositivos de escritorio y móviles) y los satélites. Las tecnologías avanzadas han permitido la proyección remota de fuerza, como ataques con drones, operaciones quirúrgicas de precisión, operaciones del Comando Cibernético en represalia por SolarWinds, y el despliegue de sistemas como el Infrarrojo Persistente en Órbita (OPIR, por sus siglas en inglés) y la Evaluación de Destrucción Basada en el Espacio (SKA, por sus siglas en inglés), fortaleciendo la disuasión.
China
La visión ‘Made in China 2025’ busca desplazar la tecno-hegemonía estadounidense. El sistema de crédito social centralizado de China refleja un modelo de hegemonía basada en la tecno-vigilancia. Pekín ahora exporta sistemas de vigilancia a países en desarrollo, mostrando su supremacía tecnológica.
China controla la arquitectura de las telecomunicaciones mediante la promoción global de la red 5G de Huawei. Su ejército cibernético, la Fuerza de Apoyo Estratégico del Ejército Popular de Liberación (PLASSF, por sus siglas en inglés), se especializa en guerra cibernética ofensiva y defensiva (Consejo de Estado de la República Popular China, 2019).
Poe otro lado, la Ruta de la Seda Digital de China vincula inversiones en infraestructura en Asia y África con sistemas nacionales de encriptación y centros de datos en la nube. El primer ministro etíope Abiy Ahmed, en un diálogo bilateral, afirmó que “nuestras redes de fibra óptica y los intercambios de datos ahora están integrados con la política nacional de infraestructura de Pekín”.
Al lograr tal posición tecnológica, China puede consolidar su hegemonía y convertirse en una superpotencia, haciendo que el mundo vuelva a ser bipolar. La doctrina estratégica china se enfoca en sistemas autónomos y en la exportación del autoritarismo digital por encima de la ocupación y la proyección geopolítica.
Rusia
La estrategia global de Rusia sigue arraigada en una doctrina híbrida que combina herramientas cibernéticas, capacidades espaciales y operaciones de desinformación. La Doctrina Gerásimov, visión estratégica de Vladímir Putin, enfatiza la combinación de herramientas políticas, cibernéticas y económicas para lograr objetivos estratégicos sin bajas humanas.
El conflicto en Ucrania es un gran ejemplo de dominio cibernético. Rusia cuenta con unidades cibernéticas como APT28 (‘Fancy Bears’), ‘Spoofing’ y ‘Jamming’ satelital, y la Agencia de Investigación de Internet (IRA, por sus siglas en inglés), que han ejecutado ataques dirigidos contra la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), interrumpido señales del Sistema de Posicionamiento Global (GPS) y liderado campañas de desinformación.
La fórmula de poder de Rusia se centra en una densa capacidad cibernética, coerción económica y en la imprevisibilidad, lo que dificulta la disuasión.
Riesgos y Críticas de la Hegemonía Basada en la Tecnología
La tecnología ofrece herramientas para la seguridad y la influencia, pero la dependencia excesiva genera vulnerabilidad estratégica, plantea dilemas éticos y cuestiona la soberanía digital.
1. Dependencia Excesiva y Vulnerabilidad del Sistema
Una falla fundamental de la hegemonía tecnológica es su fragilidad. Los sistemas dependen de la infraestructura (servidores en la nube, nodos de control de IA, etc.). El Grupo de Expertos Gubernamentales de la ONU afirma que las armas autónomas letales son una causa de escalada en los conflictos (CCW, 2022). Un ejemplo de ello fue la brecha de seguridad de SolarWinds en 2020, en la cual una actualización expuso miles de datos sensibles.
2. Preocupaciones Éticas
China, Etiopía y algunos otros Estados han implementado regímenes de vigilancia impulsados por inteligencia artificial. China exporta sistemas de cámaras interconectadas y herramientas de reconocimiento facial a países que las utilizan para reprimir la disidencia. Un investigador senior de Amnistía Internacional señaló que “delegar decisiones de vida o muerte al software es éticamente injustificable.”
3. Dependencia del Sur Global y Colonialismo Digital
Debido a la influencia tecnológica, la dependencia digital ha aumentado en el Sur Global. La dependencia digital sin salvaguardas regulatorias conduce al colonialismo digital. Los países que carecen de tecnología avanzada dependen de ecosistemas digitales desarrollados por las superpotencias. La Dra. Ruha Benjamin señaló que “cuando el código se convierte en ley, y los canales se vuelven ejecutores de políticas, la soberanía se externaliza.”
4. Hegemonía sin Consentimiento
Los soldados son una fuerza visible, pero la tecnología se impone silenciosamente a través de las plataformas, lo que resulta en una dominación sin democracia. La coerción habilitada por la tecnología no necesita tanques; necesita estándares incrustados en los dispositivos y leyes integradas en los algoritmos. Esto contradice las normas liberales de las relaciones internacionales, donde la hegemonía debería basarse en el consentimiento para obtener legitimidad internacional (Sakumar, Broeders y Kello, 2024).
Proyecciones Futuras de Poder: Desglose por Dominio
Existen cinco dominios interconectados en las proyecciones futuras del poder: tierra, aire, mar, ciberespacio y espacio.
1. Dominio Terrestre
En el combate tradicional, se utilizaban tropas para contrarrestar la fuerza enemiga; sin embargo, en esta tercera era digital, las redes de vigilancia, los sistemas de detección de movimiento impulsados por inteligencia artificial y los robots terrestres autónomos están reemplazando a los soldados.
Un ejemplo es el del ejército israelí que está probando vehículos terrestres no tripulados (UGV), llamados Jaguar, para patrullar fronteras, lo que reducirá las bajas humanas. El diagrama de la Figura 2 ilustra la interacción o coordinación entre un coordinador humano, un sistema de armas autónomo (AWS) y el objetivo dentro de un entorno determinado.
Primero, el operador emite una orden de alto nivel que activa al controlador, y el sistema proporciona retroalimentación al operador, como el éxito o el fracaso de la misión. El controlador es el cerebro del sistema: monitorea el entorno, procesa los datos y controla las armas. Opera en ciclos, evaluando el entorno y actualizando las decisiones. Una vez que el objetivo es detectado de forma autónoma, el arma actúa, lo que puede incluir el lanzamiento de misiles o fuego de artillería. Todo este proceso ocurre en un entorno dinámico.

Figura 2: Coordinación entre un controlador humano y un sistema de armas autónomo (AWS).
2. Dominio Aéreo
Los aviones de combate tripulados tradicionales solían dominar el combate aéreo. Sin embargo, el dominio aéreo ahora se ha desplazado hacia las armas hipersónicas y los enjambres de drones impulsados por inteligencia artificial.
Por ejemplo, el Zircon de Rusia y el DF-ZF de China son misiles hipersónicos capaces de viajar a velocidades superiores a Mach 5. Por otro lado, los enjambres de drones con IA están volviendo obsoletos a los sistemas convencionales de defensa antimisiles. El proyecto “Golden Horde” de la Fuerza Aérea de EE. UU. y el dron furtivo GJ-11 de China ejemplifican este cambio.
3. Dominio Marítimo
El poder marítimo solía referirse a las marinas de aguas profundas y las flotas de submarinos. Aún son el núcleo de la protección marítima, pero los vehículos submarinos no tripulados (UUV) están sustituyendo rápidamente a los portaaviones.
Los UUV pueden realizar vigilancia por meses de forma autónoma sin ser detectados. Los cables de datos submarinos, que transportan el 95% del tráfico de Internet, son un recurso estratégico; estos cables son las arterias digitales submarinas. Asegurar el mar en el siglo XXI significa controlar lo que está debajo de él.
El diagrama de la Figura 3 ilustra los principales elementos de un vehículo submarino autónomo (AUV), pieza clave en las batallas navales actuales y en la monitorización oceánica.
El módulo GPS/RF se sitúa en la parte superior del AUV y le permite posicionarse bajo el agua. El motor de hélice, impulsado por baterías de ion-litio, proporciona empuje y dirección. El contenedor electrónico sirve como compartimiento principal: incluye una computadora a bordo, un procesador de misión, una unidad de distribución de energía e interfaces de comunicación. Los sensores miden la presión hidrostática para determinar la profundidad. El Perfilador de Corrientes Doppler Acústico (ADCP) es un sonar que utiliza el desplazamiento Doppler para medir la velocidad de las corrientes marinas. El tanque de flotabilidad permite gestionar la posición vertical del AUV.
Así mismo, los AUV emplean un sistema de navegación inercial (INS) que calcula su posición con base en datos previos. También poseen sonares de navegación y altímetros que detectan obstáculos frontales y mantienen una altura segura respecto al fondo marino. Los transductores son la “boca y los oídos” del AUV: transmiten y reciben señales acústicas, esenciales para la comunicación clandestina y la percepción ambiental.
Estos AUV son fundamentales en zonas marítimas disputadas, como el Mar del Sur de China o el Ártico. Por tanto, los AUV están revolucionando las operaciones marítimas, ampliando las capacidades de vigilancia, exploración y combate submarino. A medida que evolucione la tecnología, los AUV definirán el futuro de la estrategia naval y de los estudios oceanográficos.

Figura 3: Principales elementos de un vehículo submarino autónomo (AUV).
4. Dominio Cibernético
El ciberespacio no tiene fronteras. Las potencias globales como Estados Unidos, China y Rusia han desarrollado unidades de comando cibernético para interrumpir las redes eléctricas de sus adversarios.
Ejemplos notables incluyen la interferencia cibernética rusa en las elecciones estadounidenses de 2016, la presunta brecha china en las bases de datos del personal estadounidense (hackeo de la OPM) y el gusano Stuxnet, que atacó el programa nuclear de Irán.
Según la Doctrina Cibernética de la OTAN de 2025, “Un ciberataque que active el Artículo 5 [defensa mutua] no es solo una posibilidad teórica — es cuestión de tiempo.”
5. Dominio Espacial
Tradicionalmente, el poder espacial se limitaba a los satélites espía, pero ahora las armas antisatélite (ASAT), Starlink y los sistemas satelitales militares han transformado el espacio en una zona de combate.
Estados Unidos creó su Fuerza Espacial en 2019 para consolidar su dominio en la militarización del espacio. Durante la guerra en Ucrania, Starlink de SpaceX se volvió crucial para las comunicaciones en el campo de batalla ucraniano, lo que llevó a Elon Musk a limitar su uso militar para evitar una escalada del conflicto.
Tabla 1 (Figura 4): Comparación entre el modelo antiguo y el nuevo en cada dominio de la proyección futura del poder. Elaboración propia.

¿Puede la Tecnología Reemplazar por Completo el Poder Militar?
La aparición de tecnologías avanzadas como la IA, las armas autónomas y la militarización del espacio ha generado el debate sobre si la tecnología puede reemplazar totalmente el poder militar o no.
La autonomía estratégica, entendida como la capacidad de una nación para defender sus intereses de manera independiente, requiere tanto tecnología como fuerza militar. La tecnología actúa como un facilitador crítico, pero no como un sustituto. La IA puede analizar datos satelitales en segundos, pero solo el personal entrenado puede llevar a cabo misiones de mantenimiento de la paz en regiones frágiles.
La guerra moderna se está desplazando hacia conflictos en la zona gris, aquellos que se desarrollan por debajo del umbral del combate abierto. Las operaciones rusas en Crimea en 2014 combinaron ciberataques y despliegues físicos de tropas, lo que volvió borrosa la línea entre tecnología y fuerza militar. Este caso demuestra que la tecnología sin botas sobre el terreno no tiene ventaja real.
Además, la tecnología requiere actualizaciones constantes y usuarios capacitados, y una dependencia excesiva de estos sistemas puede provocar interrupciones causadas por la guerra electrónica (EW, por sus siglas en inglés) o los ataques de pulso electromagnético (EMP, por sus siglas en inglés). En tiempos de crisis humanitarias, en respuesta ante desastres o contrainsurgencia, las fuerzas humanas son indispensables. Para derrotar a un enemigo o ejercer dominio, es necesario emplear tanto tecnología como militares instruidos.
Los vehículos aéreos no tripulados (drones) han transformado la naturaleza de la guerra aérea. Las grandes potencias están invirtiendo fuertemente en IA militar y en comunicación cuántica para mejorar la conciencia situacional en el campo de batalla, minimizar las bajas humanas y optimizar la toma de decisiones; sin embargo, las decisiones internacionales no dependen de una máquina. El objetivo no es reemplazar al ejército, sino desarrollar la tecnología.
Por lo tanto, el modelo emergente de poder global no es de soldados contra tecnología, sino de soldados más tecnología. A esto se le conoce como hegemonía de doble vía, y la nación que logre dominarla prevalecerá en el futuro cercano. Un soldado tecnológicamente capacitado, apoyado por la IA y la robótica, será el rostro de la guerra del mañana.
Conclusión
Estados Unidos, China y la Unión Europea son las potencias globales de la era moderna. Estos estados poseen el capital tecnológico y la infraestructura militar que moldean la regulación de la interacción en el ciberespacio y la inteligencia artificial.
En primer lugar, deben fortalecer las normas internacionales sobre operaciones cibernéticas y gobernanza de la IA. El Grupo de Expertos Gubernamentales de la ONU (UNGGE, por sus siglas en inglés) ha logrado algunos avances al respecto, pero se necesita un mecanismo de aplicación más amplio, similar a las Convenciones de Ginebra.
En segundo lugar, las potencias globales deben invertir en tecnología ética y verificable. La IA puede ser peligrosa debido a los sistemas de vigilancia sesgados, el abuso del reconocimiento facial y su uso en la predicción de políticas, lo cual constituye una gran preocupación ética. La transparencia algorítmica, la protección de datos y los derechos de privacidad deben reforzarse cuanto antes.
Por último, el multilateralismo debe extenderse al espacio exterior. A medida que el espacio se convierte en un campo de batalla, complicando las rivalidades geopolíticas, el multilateralismo debe fomentarse como contrapeso.
Para los países en desarrollo como Pakistán, Indonesia o Nigeria, la aparición de la hegemonía tecnológica representa tanto una amenaza como una oportunidad. Estos países deben implementar políticas de soberanía digital y evitar la dependencia tecnológica, ya que esto facilitaría la vigilancia y dominación por parte de las potencias globales.
Las potencias emergentes deben construir infraestructuras cibernéticas defensivas en lugar de ofensivas, establecer redes seguras y protecciones legales contra el espionaje. Una estrategia defensiva servirá como salvaguarda estratégica y podrá utilizarse como ficha de poder en las rivalidades entre grandes potencias.
Asimismo, las naciones emergentes deberían formar una coalición multilateral entre los estados de mayoría musulmana para fortalecer su conectividad y cooperación, promoviendo así la cooperación Sur-Sur.
Las Naciones Unidas (ONU), el G20 y otros organismos internacionales deben avanzar hacia mecanismos de gobernanza digital, en lugar de emitir declaraciones vagas. La ONU debería crear una Carta Global sobre la Gobernanza Tecnológica, similar a una Carta Magna Digital, que establezca límites éticos para el desarrollo y uso de la Inteligencia Artificial y las Armas Autónomas Letales.
Además, deberían coordinarse más estrechamente con el G20 para amplificar estos esfuerzos. Por su parte, el G20 debería crear un Grupo de Trabajo sobre Tecnología y Ética, que sirva para cerrar la brecha de confianza entre los países desarrollados y en desarrollo en el ámbito digital.
El orden mundial continúa evolucionando en el siglo XXI, y los fundamentos de la proyección del poder están siendo reescritos. Existe un cambio de paradigma: de las botas a los robots.
Esta investigación demuestra que, aunque la tecnología ha transformado la guerra, no puede reemplazar por completo las formas tradicionales de combate. La tecnología puede ayudar a los ejércitos a dominar regiones o conflictos, pero no puede sustituirlos totalmente.
Habrá una hegemonía de doble vía, y quien la adquiera controlará las islas del mundo, lo que equivale a gobernar el mundo. Sin embargo, esta transformación conlleva graves riesgos, como los errores de cálculo de la IA, las vulnerabilidades de la infraestructura digital y los problemas éticos. Debemos recordar que el poder militar ya no es suficiente, y que la tecnología por sí sola tampoco garantiza la dominación. En la era post-silo, los instrumentos militares, tecnológicos y normativos deben funcionar juntos para mantener el liderazgo global.
